MURO MULLO

De todo lo que me dijiste, sólo voy a recordar que no pudiste llorar. Que te quedaste parada con los labios entrecerrados y lo miraste como quien mira ya a un muerto, con más indiferencia que pena, con la burla profunda del vivo que aguanta en esta tierra.

Escribiste tu secreto como quien vierte la esperanza de poder volver atrás. Si no lo cuentas no sucedió, si me lo dices, es porque quieres rememorar, o tal vez actualizar tu secreto como pacto oculto contigo misma. Ahora, tus secretos componen Sin título (Murmuro), 2018 de Fermín Jiménez Landa, una intervención en donde se encuentran tu historia íntima y la masilla del muro. Una pieza, que es un sistema de relaciones, cuyas ramas se extienden a través del devenir del tiempo-materia en el que vivimos. Al imaginar todas las conexiones detrás de cada hecho indecible, me apercibe una sensación de inmensidad donde es difícil diferenciar lo que es tuyo o lo que es del muro, lo que es del edificio o de la ciudad, lo que es tu vida o lo que será de ti, o de mí, o de Fermín, mientras este secreto tuyo guarda (y vigila) la galería Rosa Santos. Vigila despierto atento a su posible revelación.

Un pedazo de papel, que contiene una parte de tu vida es inserido en un agujero de un muro. Quien sabe si en un siglo, o en tres, van a aparecer estos escritos, o si algún día van a ser descifrados como mensajes codificados. De hecho, no hace mucho tiempo apareció muy cerca de la galería el dibujo de un barco que se cree fue pintado por un niño que vivió ahí hace seiscientos años. Esta es la línea de tiempo en la que nos situamos, el encuentro frágil y momentáneo entre la vida anónima y su huella material. Una sincronización de tiempos que es presente y nos estimula a especular sobre todos los encuentros fortuitos que han sucedido para que ahora, estemos aquí, pensando en tus secretos.

Podríamos tantear una poética del secreto, divisando una constelación donde el enigma, lo encriptado, lo interno, o lo incomprensible se entrelazan a través de siglos de evolución del lenguaje. La etimología nos da pistas de como secreto y segregación comparten raíz, al ser aquello situado a parte, separado, más allá de la visión y el oído.
Un espacio de otra dimensión que incita una conexión con lo sagrado. El secreto es la comunicación del hecho mágico, del conocimiento místico, que, si bien puede ser inefable y constituyente de un lenguaje simbólico - sólo comprensible para los iniciados - cuando se verbaliza, se hace como susurro, en voz baja, casi inaudible. El secreto guarda una función de unión, entre aquellos que lo comparten, y entre estos y el contenido transmitido. Unión con el más allá, con lo oculto, como en los rituales
dedicados a la conspiración, a la subversión de lo establecido, que si nos fijamos en la historia de la brujería – vía Silvia Federici – guardan un sentido utópico, en cuanto son espacios de resistencia a la disciplina del trabajo, de los cuerpos y de sus roles sexuales. El secreto es un conjuro, una invocación y una alianza para conseguir un fin compartido, es el principio de toda revuelta, y la comunión entre entidades de distinta naturaleza. Si el capitalismo temprano ejerce la fuerza para disolver esta unión, y así establecer una explotación del trabajador aislándolo de la comunidad y erradicando lo comunal, lo hace también desde poder de las sociedades secretas, son el Vaticano y la Banca quienes controlan y administran la información. La conspiración es una composición de secretos, cuya revelación tiene consecuencias en la organización mundial, a nadie se le escapa la importancia de lo confidencial como arma de guerra, de ahí los secretos de Estado.

El secreto moderno, de-sacralizado, es motor de argumentos de novela, capricho de la burguesía urbana, que por aburrimiento llena su vida de deseos y juegos peligrosos. El secreto es crimen y sexualidad prohibida, es lo que queda fuera del marco trazado por la moral e la hipocresía. La losa de la ortodoxia social, esculpida por el trabajo asalariado y la represión religiosa, cede al proceso consumista, y expone la intimidad como elemento de cambio. Transparencia del sujeto que se exhibe, pornografía y voyeurismo que revelan una fascinación por la descubrimiento de lo secreto (la visión del sexo). Internet profundiza este paradigma, por un lado, nos permite cierta ficción, la re-presentación del avatar, por otro, intentar mantener secretos como un espacio definitorio del sujeto, es si más no, una tarea complicada. El rastro que dejamos de nuestra actividad es fácilmente trazable, de ahí la capacidad de anticipación de nuestros deseos. Más aún, internet es el escenario de batalla de las cyber-guerras para el control de estos secretos, y así manipular elecciones, desarrollar estrategias comerciales, o acelerar el cambio geo-político del planeta. Los hackers son los únicos capaces de conocer o desvelar los secretos como verdades escondidas en lo más profundo. Al lado del Deep-web, el secreto de la receta de la Coca-Cola aparece cómo un reducto naif de un mundo que ya no existe.

Y volvamos a empezar, y pensemos en la intervención de Fermín, y digo intervención pues la suya es una obra que insiere, que posiciona gestos que pueden ser leídos como poéticos, o como alteraciones y juegos con lo cotidiano. Sin embargo, a mi me gustaría pensarlos como profundamente materiales, como un esfuerzo para reposicionar nuestra relación con lo circundante, con puertas, piscinas, y carnés de biblioteca. Un trabajo que, aún vinculado con lo conceptual, encuentra en la relación con lo material una reciprocidad performativa, que busca lo que cuesta ver, para mullir en el sentido de ahuecar, de esponjar los límites de lo posible, y con ellos los de nuestra vida. Es esta conexión, entre aquello vital y objetual, la que me parece más relevante, pues es en las variaciones de estos movimientos dispares cuando nos sentimos partícipes y capaces de modificar nuestra existencia, de definirnos como otra coalición entre cosas e ideas. Mi secreto, en la pieza de Fermín, es una cápsula personal, única e intransferible de mi experiencia de este mi reino, en el sentido más íntimo, y a la que transfiero esta pulsión, anónima y paradójicamente individual, para que algún día alguien me encuentre, y me salve del olvido universal.

Y añado, tú eres el secreto que no se dice. La voz que en la noche me despierta, el ruido de un mundo que desaparece cada día, y aquello que cuando yo muera, seguirá por mi aquí, manteniendo este escondite en el que buenamente dejé parte sincera de mi.

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